Dejarlo encerrado solito no era una opción, con cuidadito lo llevó en su mochila para iniciar la labor del día juntos.
Lo poco que se sabe respecto a la historia relacionada con esta imagen es que el pequeño niño pertenece a una comunidad campesina del municipio de Intibucá en la República de Honduras. Según se puede apreciar en las imágenes, y como suele pasar en las zonas rurales de la mayoría de países de América Latina, el niño desarrolla su vida en medio de las actividades ligadas al trabajo del campo.
Amor por los animales.
En ese contexto, es fácilmente deducible que el pequeño pase sus días rodeado de los animales de granja y de compañía que típicamente pertenecen a las familias habitantes del campo, de allí que en las imágenes se aprecie como va camino a su destino acompañado de tres perritos que caminan junto a él y uno más que, según informó el medio de noticias Ltv Honduras, había estado en días pasados enfermito, por lo que no podía caminar por si mismo.
Seguramente, el pequeño no quiso dejar a su perrito solo en su casa, pues quienes hemos disfrutado de la presencia de un animalito en nuestras vidas, sabemos bien que ellos son muy apegaditos y sufren si separan de sus humanos. Además, lo más natural es que el perrito sintiera el impulso de salir con los otros perritos a juagar y andar los caminos, así esté en periodo de recuperación.
Resulta muy tierno ver como el niño lleva en su mochila al enfermito, expresa una profunda inocencia pero también un gran compromiso y amor hacia sus perritos.
Una imagen no exenta de polémica.
Aunque resulte impopular afirmarlo, y alejándome absolutamente de cualquier tipo de connivencia con la explotación infantil, pienso que cabe cuestionarnos respecto al rol de los niños en una sociedad y un planeta que necesita cambios profundos y urgentes en sus hábitos y comportamientos, pues salta a la vista la crisis de todo tipo que vive la naturaleza y la humanidad. En ese sentido, advertir sobre modos de vida alternos a los impuestos por regímenes tradicionales, más bien proclives al envilecimiento del valor del individuo, humano o no, no debería suponer algo tan descabellado ya que estos podrían prevalecer el desarrollo libre de la personalidad, una más conectada a la naturaleza, los animales y la sencillez misma de la existencia, y dar paso así, a sujetos más felices y, por lo tanto, a sociedades más sanas.
No me resulta entonces antipático pensar que, tal vez, este pequeño es feliz viviendo en medio de la naturaleza, rodeado de los animales y aprendiendo, experimentando, desde temprana edad, la mística proveniente del ejercicio de cultivar los alimentos que luego consumimos, concepto fuertemente anclado al ciclo de la vida. Tal vez, él y sus padres, no anhelan una vida citadina, repleta de comodidades vánales, soledades y abundancia de vacíos. Tal vez, solo tal vez.