Su humano le construyó una cama rodante para poder llevarla una última vez al lugar donde por tantos años corrió feliz.
Durante 16 años Cocoa acompañó a sus dos humanos, Tom Antonio y su esposa, los amó, los cuidó y les entregó el corazón de una dulce perrita que fielmente caminó junto a ellos hasta que sus patitas ya no pudieron andar más. Ellos de vuelta, la amaron también y la llevarán en sus recuerdos más entrañables para siempre.
Una vida feliz.
Vivieron en Georgia desde que la perrita era pequeña, pero siempre viajaban a la playa para pasar allí las vacaciones. Cocoa se acostumbró a esa rutina y el mar se convirtió en su lugar preferido del mundo. Año tras año, la perrita junto a sus dos humanos corrió por el muelle como loca, se sentó a su lado en la orilla a contemplar los atardeceres e incluso jugó con las olas que suavemente rompían en la playa. Fue feliz.

Pero toda historia tiene un final y la de Cocoa no podría ser la excepción. A pesar de los muchos años plenos que disfrutó, el tiempo le robó sus fuerzas y su salud empezó a decaer junto a su ánimo y energía, cada día le costaba más moverse, ya poco quería comer y menos aún jugar. Su vida se estaba agotando y ni el amor de sus padres humanos podía devolvérsela, lo intentaron, como todos los que hemos perdido un ser amado, pero el paso del tiempo es inexorable y aunque queramos volver atrás, jamás podremos lograrlo; la perrita se estaba yendo y Tom y su esposa debían aceptarlo.

Preparándonos para el final.
Era hora de olvidarse de intentar deshacer lo que ya estaba escrito y enfocarse, mejor, en hacer de los últimos días de su adorada perrita, el final más dulce que podían imaginar para el ser perfecto que durante 16 años los acompañó, sin una queja, sin una condición, solo con los ojos encantados de quien mira agradecido a las personas a las que siempre amó.
Fue entonces cuando entendieron que el tiempo se acababa y que no podían permitir que Cocoa se fuera de esta vida sin visitar su playa por una última vez, ellos querían que su dulce perrita pudiera imprimir en su alma todas las cosas que alguna vez la hicieron feliz, para que un pedacito de ellas la acompañaran en su viaje a las estrellas, al cielo de los perritos.
Mientras preparaban su ida a la playa, vieron que el único inconveniente que tenían era que la perrita ya había perdido la capacidad de estar paradita y caminar por sí misma, lo que iba a complicar un poco su paseo por el muelle, sin embargo, este no podría ser un obstáculo infranqueable y de un u otro modo, encontrarían la forma de resolverlo. En cierto momento a Tom se le ocurrió una idea: y si construía una camita rodante para poder pasear a su perrita sin dificultad alguna? Sí, esa era la solución!

Manos a la obra. En un par de días la camita estuvo lista y la pareja partió de inmediato hacia la playa, no había tiempo que perder, Cocoa tenía que disfrutar este viaje, sería su último obsequio para ella y la forma de agradecerle por haber estado a su lado durante su década y media de vida y haberlos acompañado fielmente.
La tarde perfecta.
Siempre tapada con su cobija preferida, la dulce perrita recorrió en su camita halada por Tom, el muelle de arriba a abajo. Caminaron lentamente, pararon en cada rincón, se tomaron el tiempo cada vez que Cocoa se quedó viendo el mar y sin prisa alguna le permitieron a su bebé decirle adiós al lugar donde más feliz fue.

De alguna manera el océano se confabuló con ellos y esa tarde los vientos soplaron suaves y delicados, trayendo enredados entre sí los maravillosos aromas del mar y sus melodías hipnotizantes y satisfactorias. El sol, justo antes de desaparecer en el horizonte, brilló con intensidad, un fulgor celebrante de la existencia de este animalito, una chispa, pasajera y efímera, pero valiosa y maravillosa. Un adiós para la dulce Cocoa de parte de sus amigos el mar y el sol.

Fue una tarde inolvidable, fue un cierre hermoso, sentido e inspirador.
Cocoa falleció pocos días después de su último paseo a la playa.