Yace sin vida un ser humano sin hogar y al lado el perrito que lo acompañó hasta el final


Una imagen entre la más inmensa tristeza y la más profunda lealtad.

Nadie, ningún ser, debería jamás, enfrentarse a la penuria y soledad de las calles, ni humano ni animal, todos merecemos un hogar, así sea pequeño, pero que siempre nos brinde calor, nos ofrezca sombra, nos de tranquilidad, nos dignifique y al que todos los días podamos regresar. No obstante, esa básica aspiración no es una realidad para millones de personas humanas y no humanas que carecen de un lugar donde vivir y, sin más remedio, hacen de las rudas calles, su hogar.

Esta es la historia de dos de esos seres, seres anónimos que hasta hoy pasaron indiferentes a todos quienes los vieron.

Pérdida.

Cuando los primeros rayos comenzaron a despuntar el alba y los trabajadores dejaron sus casas para abordar el transporte público y llegar a sus trabajos, los primeros transeúntes de la jornada se encontraron, a la salida de una estación de metro de la Ciudad de México, un par de ojitos muy tristes mirando perdidos el horizonte: un perrito acostado en el helado y duro pavimento, les devolvía una mirada vacía, no se atrevía siquiera a distraer sus ojos, los mantenía fijos, tal vez, buscando habitar en otro lugar, en otro tiempo, cuando aún tenía a su humano con él, cuando aún se sentía feliz.

Al lado del perrito, el cuerpo ya sin vida de un hombre, su humano, su amigo, su compañero. El señor había fallecido en el transcurso de la noche, lo hizo a la salida de la estación de metro porque era una persona en situación de calle, su perrito lo acompañó, sin condición y sin falta, hasta el final.

Y allí ambos cuerpos, el uno al lado del otro, uno habiendo abandonado ya su mortalidad, el otro añorando poderlo seguir adonde sea que hubiera ido, esperaron hasta el amanecer, hasta que las personas comenzaron a llegar; decenas se acercaron a ellos, muchos, por curiosidad, otros pocos para ayudar. Esto se presentaba como una ironía: siempre habían pasado inadvertidos, como si no existieran y ahora todos los veían.

El perrito aunque no podía hablar, con su mirada lo decía todo, sabía que su humano había partido, sabía que no volvería a despertar, más sin embargo, solo podía permanecer a su lado, pues no conocía otro lugar, otro hogar, otro mundo que no fuera aquel hombre, fue difícil separarlos, pero debía hacerse.

Aún queda vida por vivir, perrito.

La parte más difícil tal vez estaba a continuación, porque cómo explicarle al peludito que debían llevárselo, cómo explicarle que, aunque quisiera, no podría quedarse allí para siempre? El perrito, rehuyó cuando se acercaron a él, intento pegarse aún más al cuerpo de su humano para así tratar de evitar que lo separaran de él, pero finalmente lo lograron apartar y aunque la tristeza nunca dejó sus ojos, también el miedo ocupó su lugar; tantas emociones difíciles de soportar para un ser tan noble y puro como un perrito.

Finalmente, el animalito fue trasladado a un refugio donde lo recibieron para cuidar de él y buscarle un hogar, porque nadie merece quedarse solo y aunque él nunca olvidará al hombre que lo acompañó, necesita volver a amar y, sobre todo, necesita volver a ser amado.

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Por ahora el perrito tendrá que pasar algún tiempo en el refugio, mientras verifican que su estado de salud esté bien, y mientras le dan algo de tiempo para que se acostumbre a su nueva vida, entienda que está en buenas manos y que de nuevo, un día cálido comienza a salir en su horizonte.