Lawrence Antony, el mayor defensor de los elefantes en el mundo se ha ido y ellos lo saben.
Es verdad que todos podemos contribuir a dar solución a los problemas que enfrenta nuestro planeta a diario, pero, siempre hay algunas personas que hacen un trabajo extra, se ganan un reconocimiento por su increíble bondad y corazón y dan todo por causas ajenas al egoísmo que nos caracteriza, esto podría describir perfectamente lo que fue Lawrence Anthony, un hombre que lo dio todo por la conservación de los animales en África.
Dejarlo todo por una vida para los animales.
Anthony nunca estuvo lejos de la selva y los animales, su familia de origen escocés llegó de la mano de su abuelo a Sudáfrica para instalarse y nunca volver atrás. Con el paso del tiempo, su papá estableció un negocio de seguros en Johannesburgo, en donde en 1950 nació Lawrence a quien le encantaba conectarse con ese lado salvaje del continente al adentrarse en paseos por la selva al lado de uno de sus perros.
A pesar de su pasión y su verdadero amor por la naturaleza y los animales, Anthony siguió los pasos de su padre al convertirse en agente de seguros para más tarde desarrollarse profundamente en el ámbito inmobiliario. A pesar de tener la vida resuelta y una familia desarrollada, a mediados de la década de los 90 decidió seguir sus sueños y sus más profundas pasiones, compró la reserva Thula Thula, uno de los santuarios de caza más grandes de todo su país.
El destino los unió.
Lawrence estaba a cargo de varios animales, sin embargo, no tenía en el territorio ningún elefante y tampoco estaba en sus planes tenerlos, sin embargo, a medida que su fama empezó a crecer, también los ofrecimientos y las peticiones para mantener nuevos animalitos en riesgo, así fue como llegó a su vida este amor por estas enormes trompitas cuando en 1999 recibió una llamada ofreciéndole seis de estos pequeños que estaban en riesgo de quedarse sin hogar y ser sacrificados por su salvajismo.
Poco a poco y con la paciencia que lo caracterizaba para tratar con sus pequeños animales, se ganó la confianza de estos gigantes que nunca habían tenido una buena relación con los humanos, fue tanta la confianza y el amor que surgió entre ellos y él que Lawrence empezó a ser conocido como el susurrador de elefantes, pues su comunicación con ellos se convirtió en un total deleite para quienes podían observarlos.
Un alto al fuego.
Podríamos contar muchas historias de cómo Anthony creó un vínculo especial con todos sus animales a los cuales amaba, aún más con los elefantes que eran su gran debilidad. Sin embargo, su labor como cuidador también estuvo marcada por grandes sacrificios y riesgos al ponerse como carne de cañón en diferentes conflictos en los que estuvo involucrado con el único objetivo de salvar a quienes se convirtieron en parte de su familia.
En 2003 fue intermediario en la invasión estadounidense a Irak cuando el zoológico de Bagdad corría peligro y se incendiaba. Llegó allí tan pronto conoció la situación y encontró un panorama desolador que había estado lleno de saqueadores y algunos cazadores que aprovecharon el momento para llevarse ganancias. Lo recibieron solo 35 animales vivos y trabajó allí durante 6 meses con ayuda de soldados voluntarios de ambos bandos para poder preservar el lugar, cosa que logró.
También en 2006 se le atribuyó la conciliación con grupos rebeldes de República democrática del Congo para no seguir matando al rinoceronte blanco, una especie rarísima que necesitaba obtener protección para detener su caza masiva, aunque el grupo no cumplió con su acuerdo y esta subespecie se considera extinta, su valentía es homenajeada al hacer lo que muchos quisieron y nadie pudo.
La tranquilidad de haber vivido bien.
Muchas de las cosas que logró Lawrence Anthony a lo largo de su vida como conservacionista y un amante profundo de los animales han sido documentadas en todo el mundo como un ejemplo a la lucha por la naturaleza y a las especies que más necesitan de nuestra ayuda para sobrevivir. Su vida todavía tenía muchas otras cosas por ofrecer, aún a pesar de haber creado un gran refugio, diferentes organizaciones y diálogos humanos, Lawrence se fue muy pronto.
El 2 de marzo de 2012, con 62 años, el susurrador de sus pequeños elefantes murió debido a un infarto. Aunque se fue prematuramente su legado inmenso no ha muerto debido a sus más cercanos, su familia y sus apreciados elefantes que, aún a pesar del paso de los años, no dejan de acercarse a la que fue su casa y despedirlo.
Fuentes: People Magazine South Africa, New York Times.